La restauración ambiental de explotaciones mineras se ha convertido en uno de los pilares de una gestión extractiva responsable y sostenible. En Galicia, uno de los casos más emblemáticos de este compromiso con el entorno es la Canteira Ferro, en el municipio pontevedrés de O Porriño, cuya transformación de enclave industrial a espacio verde ha sido reconocida como un modelo de buenas prácticas.
Esta antigua cantera de granito ornamental, gestionada durante décadas por la empresa Pocasa, formaba parte del conjunto de explotaciones de granito rosa Porriño, un recurso geológico de gran valor, utilizado en construcción y urbanismo tanto en España como en el extranjero. Su actividad fue intensa durante buena parte del siglo XX, pero el agotamiento de reservas y los cambios del mercado provocaron su cierre.
Lejos de abandonar el espacio, la empresa promotora puso en marcha un ambicioso proyecto de restauración integral, concebido no como una actuación final, sino como un proceso paralelo a la explotación. Este enfoque anticipado permitió minimizar el impacto, acelerar la recuperación y evitar la degradación del entorno.
La rehabilitación del relieve afectado incluyó el relleno de huecos mineros con tierras procedentes de obras públicas como la estación del AVE de Vigo o el Hospital Álvaro Cunqueiro, así como con residuos de corte de granito de fábricas locales, fomentando la economía circular. Además, se estabilizaron taludes, se crearon charcas y zonas húmedas, y se plantaron más de 12.000 árboles autóctonos —castaños, robles, abedules, alcornoques o madroños—, dando lugar a un bosque mediterráneo atlántico que hoy sirve de hábitat a numerosas especies.
El resultado no solo ha sido ecológico. El nuevo espacio se ha convertido en una zona verde de uso público, donde se desarrollan actividades recreativas, educativas y de concienciación ambiental. Numerosas plataformas y medios gallegos han destacado este proyecto como uno de los más relevantes de recuperación minera en la comunidad.
La experiencia de la Canteira Ferro demuestra que es posible compatibilizar minería y conservación ambiental, y que una planificación adecuada, unida a la implicación empresarial y criterios científicos, puede dejar un legado positivo en el territorio, incluso después del fin de la actividad extractiva.